Llantos, pesar, enfado, flema y humor. Así se mueven los últimos usuarios del primer dispositivo asistencial de venopunción de España, enclavado en el poblado marginal de Las Barranquillas (Villa de Vallecas) que ha estado funcionado once años. Ya no duerme nadie en él. La noche de Navidad lo hicieron los últimos en el centro de emergencias, una quincena que ayer se llevó sus exiguas pertenencias en pequeñas maletas.
A tres días para el cierre de la narcosala, la «incredulidad» por la decisión de la Comunidad de Madrid sigue siendo la tónica entre habituales del recurso y trabajadores, que recogían también sus bártulos. Todo está vacío y desangelado, y desde hace una semana, todos los servicios que ofrecía han ido desapareciendo con vistas al cerrojazo definitivo. "La cocina dejó de funcionar el miércoles pasado, cuando también se dejó de prestar atención sanitaria y social a las ochenta personas de media que hacían uso del complejo", explica un empleado. La narcosala está en el erial en el que se convirtió el mayor punto de venta de droga a mediana escala en los años 90, tras el éxodo de los traficantes a la zona de Valdemingómez de La Cañada Real. Ahí abrieron «sucursales» para su ilícito negocio, seguidos de los esclavos de su mercancía. Aún así, persisten tres puntos de venta que se mudarán ahora. «Un bocadillo para comer y otro para cenar es el menú que nos dan en la narcosala desde que la cocina dejó de funcionar», dice Manuel, de 40 años, con las huellas de la adicción pegadas a su piel. Los «bocatas», el material estéril y el intercambio de jeringuillas a través del ventanuco de la puerta principal no faltarán hasta Nochevieja. «Nos han dicho que mañana podremos ducharnos, ¡a saber; cada día cambian de planes!», explicaba una mujer. La sala de estar, la biblioteca, la lavandería, la enfermería... nada se usa. Los pabellones están vacíos; sólo un vigilante y un puñado de trabajadores siguen allí.
La quincena de personas que a las 10.30 de ayer salían, seguros de que no volverán a pisar unas instalaciones en las que algunos de ellos han vivido más de un lustro, no saben cómo resolver su situación. «No nos pueden dejar abandonados a nuestra suerte. No podemos romper los tratamientos de repente y no darnos soluciones, lo están recortando todo y no hay nada como esto».
36.000 atendidos. Parte de los 80 usuarios diarios, los más deteriorados, se han ido a Valdemingómez; los que no consumen, dormirán en cajeros o albergues; otros buscan recursos para dormir o seguir su desintoxicación», indica un trabajador. Con 2 millones anuales, atendía a 36.000 personas que «quedarán desatendidas». La Comunidad insiste en que el perfil del toxicómano ha cambiado, que nadie quedará desatendido y que la red de atención al drogodependiente se mantiene íntegra. Pero de los 18 pisos de tratamiento quedarán 7 en 2012.